Genoveva está de parabienes. Acaba de asumir el rol central en el convento, debido a la enfermedad de la Madre Superiora. Llegó el momento de manejar el claustro “a su antojo”. Y decide ser implacable con las “insurrectas”.
Así, las hará limpiar y mantener el orden en forma permanente. Por supuesto, Esperanza será quien reciba el mayor hostigamiento.
Agobiada por la persecución de Genoveva y muy triste por la partida del padre Tomás, la joven novicia buscará calmar su alma yendo a visitar la tumba de su madre adoptiva. Pero también hallará contención en la Hermana Clara, quien la tomará como su protegida. Aún no sabe por qué esa monjita le genera tanta empatía…
Sin su sonrisa habitual por la partida del padre Tomás, agobiada por la persecución de Genoveva y sin poder olvidar a su madre adoptiva, Esperanza buscará refugiarse bajo el ala de la Hermana Clara.