Vivimos una época marcada por la incertidumbre: el avance del autoritarismo, el populismo que erosiona las instituciones, el dogmatismo ideológico, la polarización que fragmenta a las sociedades y las nuevas tecnologías que, mal empleadas, pueden convertirse en herramientas de control. Todos son riesgos reales que amenazan la posibilidad de vivir en libertad. Pero la historia también nos recuerda algo esencial: cada generación creyó que la libertad estaba en peligro, y sin embargo siempre hubo quienes supieron defenderla. Esa es la herencia que hoy recibimos y la responsabilidad que debemos asumir. La libertad no se conserva sola. Exige vigilancia constante, exige ciudadanos críticos y valientes, exige instituciones fuertes y sociedades que premien la innovación y la creatividad. Sobre todo, exige un compromiso personal: entender que ser libre implica defender la libertad de los demás.